Es momento de compartir el dolor y llorar con la madre y la familia de
Ruth y de José Bretón Ortiz, las dos criaturas, de seis y dos años de
edad, hija e hijo de Ruth Ortiz y José Bretón (en situación de crisis
matrimonial), desaparecidas, en Córdoba, durante más de diez meses,
desde el 8 de octubre de 2011 hasta que se ha sabido que fueron
asesinadas por su padre, después de que (o porque) su madre decidió que
no podía seguir viviendo con él.
Escrito por: María del Mar Daza Bonachela. Abogada,
Experta universitaria en Criminología y en violencia de género,
especialista en Victimología.
Viernes 31 de agosto de 2012 | 9:00
El 27 de agosto de 2012 nos golpea la noticia de que se han identificado
huesos de niña y niño entre las cenizas de una hoguera que el padre
hizo en su finca. Les quemó poniendo paredes con metal y ladrillos para
que la temperatura fuese más alta, como un horno, y no quedasen restos.
Es un horror, es increíble, pero es real.
El padre de Ruth y José según quienes le conocían “era un hombre
normal”, y no sólo normal, incluso “de trato exquisito”. Según recogía
el Diario de Sevilla el 23 de octubre de 2011:
?el entorno que directa o indirectamente ha tenido relación con él en
Huelva, donde vivía hasta hace tan solo unas semanas junto a su mujer y
sus dos hijos, no puede dar crédito a esa detención. Y aún menos a que
se le apunte como el principal causante de la desaparición de las dos
criaturas. “Era una persona normal”, repiten una y otra vez. “Se
comportaba como cualquiera de nosotros”, insisten con gesto de
incredulidad.
Otros van más allá y aseguran que José Bretón es una persona “tranquila,
culta, dialogante y extrovertida”, aunque también “discreta”. Los
últimos vecinos que convivieron con el matrimonio Bretón Ortiz, en la
urbanización onubense de Nuevo Portil (durante casi un año y hasta que
iniciaron el proceso de separación) insisten en la “normalidad” del
matrimonio; especialmente de José, “que era quien salía casi a diario”
al parque con los pequeños desaparecidos y que se mostraba más cercano
con el entorno donde vivían. No parecía costarle entablar una
conversación y, de hecho, quienes compartieron con él minutos de charla
mientras los niños disfrutaban de sus juegos en el parque defienden que
“con él se podía conversar de cualquier tema”.
En Córdoba los vecinos de la calle Don Carlos Romero, donde está
situada la vivienda de sus padres en la que vivió hasta que se fue a
Huelva, también coinciden en que es un hombre “bueno, servicial y sano”.
En la Casa del Dominó, un bar situado a escasos metros de la vivienda,
todos los que conocen a la familia Bretón les cuesta creer que José sea
el responsable de la desaparición de los dos pequeños, José y Ruth.?
Vale, era normal, tan normal como podemos ser cualquiera, y les quemó en una hoguera.
Lo peor de las peores realidades de las que más difícil resulta escapar
es que están infiltradas en lo cotidiano y cuesta (entre otras cosas
porque la gente normal las esconde) identificarlas, y creérselas, pero
son mucho más extensas de lo que queremos ver, y tienen su base en otras
realidades sociales, culturales, legales… cotidianas, visibles y
aceptadas, de las que surgen, que las causan. Y cuando se denuncian
mucha gente, no sólo la gente normal, lega, sino también profesionales
que deberían combatirlas, no las quiere ver, las niega, combate a
quienes las muestran.
Y no solo eso, sino que los sustratos ideológicos que originan esas
realidades victimógenas se promueven, fomentan y sostienen por potentes
organizaciones, en este caso, entre otras, Asociaciones de padres que
disfrazan sus discursos de lo que no son, se presentan como defensores
de la igualdad (eso sí, de la igualdad formal ante la ley). Y sólo los
detectan las personas sensibilizadas por haberlas vivido y profesionales
que trabajan atendiendo a las víctimas y/o que han estudiado la materia
en profundidad. Sabemos, sí, que los maltratadores son gente normal,
sabemos que el maltrato es mucho más normal de lo que nadie querríamos
creer.
Cuando el horror se hace evidente, como ahora, mucha gente clama
pidiendo sanciones más graves para el autor, como la cadena perpetua que
se pide hoy en twitter para José Bretón tras saberse lo que éste hizo a
sus hijos, pero ni se tiene conciencia de que así no se resuelve ningún
problema, ni se ve, ni se quiere ver, todo aquello que forma parte de
nuestra sociedad que ha provocado esto. La raíz del problema no es
hollada con esas soluciones expiacionistas.
Quien ha estudiado la materia sabe que mucho más que las leyes falla su
aplicación, la voluntad política e ideológica para aplicarlas, y que es
necesario cambiar la cultura y las estructuras sociales que sustentan la
violencia. Sabe que las leyes ya antes pero más hoy nos dan
instrumentos importantes y útiles, en la mayoría de los casos, para la
protección de las víctimas y sus familiares, pero curiosamente estos no
se aplican a los hijos en las situaciones de violencia de género. Aunque
sabemos que hijos e hijas son víctimas directas de la violencia (que
sufren directamente), y conocemos por numerosos estudios los efectos tan
perniciosos que les produce, no se les considera así por los órganos
judiciales. Los Juzgados, antes los de Familia, pero ahora también los
de Violencia sobre la Mujer, se empeñan en mantener a toda costa la
relación con el padre, presumiendo que siempre es positivo mantener el
vínculo, aunque el padre sea violento, y no idean medidas que pudieran
proteger a los hijos en esa relación obligada más allá de forzar las
visitas en (o a través de), unos puntos de encuentro familiar
victimizadores, insuficientes, que carecen de los medios y el personal
con formación en violencia de género que serían necesarios para hacer
mínimamente bien el trabajo que se les encomienda. Las medidas de
protección más contundentes, que servirían para protegerles de forma
efectiva ?suspensión de visitas, privación de la patria potestad? sólo
se aplican en poquísimos casos donde el riesgo es tan evidente que ya se
ha materializado en agresiones muy graves, directas y de consecuencias
visibles, cuando no irreversibles (como el homicidio o asesinato de la
madre en su presencia). Los niños y niñas, hijos del hombre violento en
su relación de pareja, están totalmente desprotegidos porque no se les
considera víctimas, ni se les aplican las normas ?estas sí
insuficientes? que la ley, demasiado tímidamente aún, establece
específicamente para su protección.
Sabemos también que la prevención-educación es fundamental, pero la
ideología y la falta de formación del actual gobierno en la materia, los
recortes escudados en la crisis (como la desaparición del Ministerio de
Igualdad y de algunos Institutos de la Mujer o Centros de
Documentación) y la falta de fondos públicos están afectando muy
seriamente a las actuaciones en los campos educativo y preventivo.
El horror proviene de la ignorancia, del abuso de poder, la
discriminación, el odio (derivado de la incapacidad de amar, confiar,
respetar), de no comprender ni valorar la vida digna de ser vivida (pues
de otra manera no es vida, como el amor, si no es libre no es amor), de
normas culturales, sociales y legales que pretenden imponer lo que ya
(hoy, aquí, pero cada vez menos en cualquier parte del mundo), no puede
ser impuesto. Nos encontramos ante un choque cultural, entre una cultura
patriarcal que lucha por mantenerse y genera un hombre dominante que se
resiste a dejar de serlo, y una cultura igualitaria en que las mujeres
nos negamos a seguir siendo sometidas, que precisa un cambio de
paradigma, que ya se está produciendo, en toda ciencia social y en el
estudio científico penal, criminológico y victimológico, la necesaria
perspectiva de género.
Quienes piden cadenas perpetuas, incluso pena de muerte (retribución,
expiación de la culpa, más violación de derechos humanos) para el autor,
el chivo expiatorio, un desgraciado que no sabe respetar ni amar, que
por supuesto, debe hacer frente a su responsabilidad y ser sancionado
con toda la severidad de la ley (pero una ley humana, con fines humanos,
que respete los derechos humanos, que tenga sentido, que aporte algo
positivo a las víctimas, y que además pueda ser aplicada, no una ley más
severa que siga olvidando por completo a las víctimas y encuentre aún
más obstáculos en su aplicación), deberían empezar por reconocer que la
responsabilidad social es mucho más amplia, y que es necesario prevenir.
Y atajar las situaciones incipientes, las que aún no son irremediables.
Deberían querer saber por qué ha ocurrido esta tragedia, pues de otro
modo no podremos evitar que siga ocurriendo el mismo horror una y otra
vez. Recordemos que más de sesenta niños y niñas han sido asesinados en
España durante la última década por maltratadores.
Deberían reconocer la realidad de la violencia de género, que tanto se
niega cuando se difunde el mito de las denuncias falsas, acusando a las
mujeres que denuncian violencia física o psicológica de denunciar en
falso, hasta el punto de que muchas mujeres ya, de nuevo, no se atreven a
denunciar (esas acusaciones injurian a todas las mujeres y a todas las
víctimas, a las que tratan de silenciar, y son apología de la
violencia). Deberían reconocer los datos que nos aportan la sociología y
la victimología que nos dicen que se denuncia una mínina parte de lo
que hay, que la cifra negra de criminalidad y victimización en esta
materia es tremenda (de hecho solo un pequeño porcentaje, y ahora cada
vez menor, de las mujeres asesinadas habían denunciado los malos tratos
de que eran objeto).
Deberían reconocer al Feminismo (a los feminismos), el mérito y el valor
de ser un movimiento social y científico de lucha por la igualdad (de
derechos, de oportunidades, de valor) y contra la violencia (de género, y
contra las demás violencias, pues el Feminismo tiene íntima relación
con otros movimientos sociales emancipatorios, pide el reconocimiento de
los derechos humanos para las mujeres y la igualdad de derechos y de
oportunidades para todos los seres humanos, independientemente de su
sexo pero también de cualquier otra condición o circunstancia personal o
social), un movimiento de defensa de los derechos humanos que se fija
especialmente, para denunciarlas y corregirlas, en las discriminaciones y
las lesiones a sus derechos humanos ?muchas de ellas terribles? que
sufren las mujeres a lo largo de la historia la geografía mundial, y al
que debe mucho la sociedad actual (las mujeres han estado presentes en
todas las luchas por la emancipación humana; también en la revolución
francesa, aunque a Olympe de Gouges le cortasen la cabeza tras escribir
en 1792 la Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana ?equivalente a su homónima masculina?, también escribió antes
una obra teatral sobre la esclavitud de los negros; y en la primavera
árabe, aunque ahora en Túnez se quiera aprobar una constitución en la
que se dice de la mujer que es complementaria del hombre dentro de la
familia).
Deberían reconocer los derechos humanos de niñas y niños, como los
recoge la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño
(CDN) de 20 de noviembre de 1989, y no ningunearles y silenciarles
diciendo, cuando un niño o niña no quiere ver a su padre, y más cuando
intenta expresar el porqué, que padece un síndrome, le llamen como le
llamen (de alienación parental o de interferencia interparental o como
quiera que sea) y que le ocurre todo lo contrario de lo que dice. La CDN
firmada y ratificada por casi todos los países del mundo dice que a los
niños se les debe informar y deben poder participar en cualquier
procedimiento judicial que les afecte, que hay que escucharles y
protegerles de cualquier daño. Esos derechos no se cumplen. Hay que
mirar siempre por su interés superior, y su interés superior es el suyo,
no es el de mantener a cualquier coste una relación que les esté
haciendo daño con el padre biológico. Cuando una niña o un niño no
quiere ir con uno de sus progenitores, tiene razones, hay que escucharle
y averiguar por qué, máxime cuando expresa miedo, y se debe actuar en
consecuencia, para protegerle cuando se siente en peligro o sufre daño
?no sólo físico, también psicológico y emocional?, en función de su
situación y sus circunstancias.
Deberían reconocer y defender el derecho a una vida digna (que implica
el de las mujeres a decidir cómo y con quién quieren vivir, y también
los de decidir si quieren o no, con quien y cuando, tener hijos).
Deberían por tanto exigir y fomentar en la escuela, en la familia y en
la comunidad, la educación en el respeto de los derechos humanos y la
educación afectiva y sexual a todas las personas, desde la infancia a la
edad adulta.
Es tiempo de compartir el dolor y llorar con la madre y la familia de
Ruth y de José Bretón Ortiz, con quienes les conocían y les querían,
pero no sólo con ellos, también con todas las miles de víctimas de
violencia de género, las víctimas directas ?no sólo las mujeres
asesinadas, sino todas las mujeres maltratadas, sus hijos e hijas? y las
víctimas indirectas o mediatas ?sus familias, sus amigos y quienes
dejaron de serlo cuando la violencia las aisló, también las mujeres que
no sufren violencia abierta porque se someten, las que viendo lo que
podría ocurrir si se rebelan, no se atreven a hacerlo, y son infelices?
(nos enseñaba D. Antonio Beristain que todos los delitos causan una o
varias víctimas directas y muchas víctimas indirectas o mediatas,
particularmente el terrorismo; también las de violencia de género, más
aún, son macrovíctimas).
Es por tanto también tiempo de manifestarnos y denunciar la ideología
machista y patriarcal que es sustento de tanta miseria y tanto dolor, de
tantas formas en todo el mundo. Aquí, hoy, debemos denunciar a todos
los hombres que se creen con derecho a controlar la vida de sus mujeres y
decidir por ellas. A los que se niegan a aceptar que sus mujeres y sus
hijos no son ya de su propiedad, que ignoran que la mujer y los hijos
con quienes comparten la vida son seres humanos plenos (no clones suyos
que le han de adivinar los deseos), y no les valoran ni les respetan, y
no asumen sus responsabilidades con ellas y ellos (la primera,
cuidarles), y les cosifican cuando les maltratan o cuando, como José
Bretón a sus hijos, les quitan la vida. Debemos denunciar igualmente a
los que no se corresponsabilizan de su progenie pero al separarse
quieren una guarda y custodia compartida ?por eso solicitan que se
imponga por ley sin acuerdo entre las partes ni informe favorable del
Ministerio Fiscal? para evitar que a mujer e hijos se les atribuya el
uso del domicilio y para evitar pagar alimentos. Y también a los que, de
un modo u otro, no cuentan con la voluntad de la mujer antes de
provocarle un embarazo.
Es necesario también solidarizarnos y compartir el dolor de todas las
mujeres que han sufrido o sufren violencia, física o psíquica, a manos
de su pareja, pero especialmente del padre violento de sus hijos y que
no se atreven a denunciar por miedo a que las tomen por locas y nadie
las crea (como su maltratador les dice, con su otra cara, que sólo ellas
conocen, a veces, pues también a ellas les cuesta reconocerla aún
cuando la tienen delante), porque no pueden probar los horrores que
viven cotidianamente, que son increíbles. Que temen separarse de su
maltratador porque saben que sus hijas e hijos van a estar totalmente
desprotegidos frente a él y a sus expensas durante las visitas y
vacaciones, y porque él les ha dicho que las va a hundir y les va a
hacer daño en lo que más quieren. Que si expresan sus temores para
intentar evitar la exposición de sus hijos e hijas al peligro serán
acusadas de interferir en la buena relación de éstos con su padre; serán
acusadas de desobediencia y de alienadoras si pretenden respaldar y
proteger a su hija o hijo cuando se niega a ver a un padre que les hace
daño, y pueden por ello perder la guarda y custodia y hasta les pueden
prohibir las visitas, dejando a los niños totalmente a las expensas del
maltratador y completamente privados de su madre, por intentar
protegerles.
Es necesario exigir a los Jueces y Juezas de Violencia sobre la Mujer
que sí tengan en cuenta, es estrictamente necesario, las situaciones de
maltrato vividas a la hora de determinar qué medidas civiles han de
regular la situación tras la ruptura de la pareja, y que apliquen las
medidas protectoras previstas en la ley: escuchar a las víctimas y
darles participación en los procedimientos que les afectan, evaluar el
riesgo de revictimización, proteger a las víctimas. Para ello en muchas
ocasiones, además de acordar el alejamiento en toda la medida necesaria,
hay que suspender, lo permite la ley, el régimen de visitas o privar al
maltratador de la patria potestad sobre los hijos. Y debemos exigir a
los Juzgadores que consideren a los hijos como víctimas directas, que lo
son, de las situaciones de violencia vividas en su casa, aunque no
hayan llegado a recibir golpes físicos, pues los morales hacen más daño.
Debemos apoyar en la medida en que sea posible a las miles y miles de
víctimas que no quieren sanciones penales contra el hombre que amaron,
sino únicamente que las deje vivir en paz.
Es preciso también que denunciemos la enseñanza en facultades, colegios
profesionales, fundaciones, congresos, cursos y cualquier otra vía, de
construcciones acientíficas (ciencia basura) y perversas que tienen por
objeto proteger a abusadores y maltratadores y como resultado silenciar y
torturar a las mujeres y niñas y niños víctimas de violencia física o
psíquica (incluidos los abusos sexuales), como son el síndrome de
alenación parental (SAP) y sus evoluciones.
Es necesario, en fin, no retroceder, a pesar de todos los obstáculos,
las trampas y reacciones patriarcales, y de los obstáculos y recortes
sociales que nos está imponiendo el capitalismo neoliberal, a pesar de
todas las crisis. Necesitamos defender lo avanzado y seguir avanzando en
igualdad, no formal, sino real y efectiva como exige el art. 9.2 de la
Constitución Española, y en defensa de los derechos humanos de todas y
de todos, incluso, también, los de los criminales que cometen
atrocidades como la que lloramos hoy, para que el dolor y las lágrimas
que derraman su madre, su familia y amigos por Ruth y por José, lágrimas
y dolor en que les acompañamos, no sean en vano y contribuyan a cambiar
en nuestra sociedad, en nuestro ser y nuestra cotidianidad las
condiciones en las que este horror se ha producido, para evitar otros.